Cuando pensamos en gaviotas, solemos imaginar costas o en mar abierto sobre las olas. Pero en pleno corazón de los Andes, a más de 4000 metros de altitud, existe una especie que ha hecho de los humedales de altura su hogar natural: la gaviota andina (Chroicocephalus serranus).
Durante mi viaje a Peru, la mayoría de las fotos que pude tomar fueron en zonas costeras, como Paracas, donde esta gaviota se deja ver en invierno tras descender desde los Andes. Sin embargo, también pude observar numerosos individuos volando en zonas altoandinas, como Cusco o Machu Picchu, lo que demuestra su increíble capacidad de adaptación a entornos extremos y su flexibilidad estacional. Estas observaciones confirman que, aunque su hábitat principal está en altitudes elevadas, también puede desplazarse a zonas más bajas en determinadas épocas del año.
Durante la temporada reproductiva, esta gaviota luce un capuchón negro en la cabeza, que contrasta con el cuello blanco y el dorso gris ceniza. Fuera de esa época —cuando tuve la oportunidad de observarla durante mi viaje— el capuchón desaparece y la cabeza se torna blanca, con pequeñas manchas negras detrás de los ojos, lo que le da una apariencia más discreta pero igualmente distintiva. En vuelo, destacan especialmente sus alas negras con espejos blancos, que brillan con elegancia sobre el paisaje andino.
Los juveniles de la gaviota andina presentan un plumaje más apagado, con tonos marrones y sin el distintivo capuchón negro que caracteriza a los adultos reproductivos. A medida que crecen, este plumaje va transformándose gradualmente hasta adquirir la apariencia adulta. En mi caso, durante las observaciones en campo, no pude fotografiar ejemplares juveniles,
Su comportamiento muestra una adaptación impresionante a la vida en altura, y su estrategia reproductiva está diseñada para maximizar el éxito en condiciones exigentes.
Su distribución abarca los Andes desde Ecuador hasta el norte de Argentina y Chile, con presencia más abundante en zonas altoandinas. En invierno, algunas poblaciones descienden hasta altitudes medias e incluso zonas costeras. En Paracas, por ejemplo, se puede observar con mayor facilidad durante esta época, como pude comprobar personalmente.
La Chroicocephalus serranus desafía nuestras ideas sobre las gaviotas. Silenciosa pero firme, adaptada al frío y al oxígeno escaso, es símbolo de la vida que florece en condiciones que parecerían imposibles. Observarla en ambientes tan distintos —desde los bofedales altoandinos hasta la costa del Pacífico— es una lección de resiliencia y belleza natural.
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